lunes, 3 de marzo de 2008

CAPÍTULO 4 : LA TICLA Iª Parte


Mientras dejábamos Sayulita en el viejo microbús que días antes me dio la vida, me sentí un poco cansado. LLevaba casi dos semanas en México y aún no había encontrado mi sitio, no terminaba de acomodarme.Quería encontrar lo que estaba buscando pero todavía no sabía lo que era.
Me dirigía hacia el sur , otra vez por la México 200, con todas mis esperanzas puestas en una pequeña localidad llamada Cuyutlán. Había leido en una guía para surfistas que era un sitio pequeño y que había buenas olas, así que decidí, sobre la marcha, que sería mi próximo destino. Antes tendría que pasar por ocho horas más de autobús y una noche en Manzanillo, que es una ciudad pequeña con una intensa actividad industrial en torno a un gran puerto, y poco más que yo pueda contar, ya que llegué a última hora de la tarde, me acosté después de cenar y me marché por la mañana temprano. Desde allí tomé un autobús, un poquito más viejo que el anterior, hacia Armeria y desde allí otro aún más viejo hasta Cuyutlán. Este último era tan viejo como su conductor, al que todos los pasajeros saludaban con un respetuoso " Hola José " al subirse en él.
Al bajarme del autobús supe enseguida que tampoco era ese mi sitio. Era un pequeñísimo pueblo en el que no había apenas nadie pero que tenía varios hoteles en la playa con infraestructura suficiente para albergar algunos cientos de turistas. Lo deduje, depues de soltar mis cosas en uno de los hoteles y bajar a la playa, al encontrarme unas mil hamacas como las de Fuengirola pero mucho más juntas. !!Terrorífico¡¡. Estaban todas vacias, no era la temporada alta todavia y aquello parecía un pueblo fantasma.
Pregunté al socorrista de la playa por los surfistas y me dijo que sólo venían los fines de semana, que había un chico que tenía un taller de tablas y que vivía allí cerca, y que me podía dar más información. Muchas gracias le dije y me fui a buscar la casa de Javier, que así me dijo que se llamaba.
Cien metros más adelante me encontré con un chico que resultó ser él, y que con mucha simpatía respondió a todas mis preguntas, entre ellas, si tenía tablas de segunda mano para vender. Me dijo que tenía varias y que si quería, que las probase.
Me enseño varias tablas y me gustó una, que inmediatamente fuimos a probar. Las olas eran enormes muros de agua que rompian súbitamente contra la arena de la orilla, no muy apropiadas para probar una tabla ya que era fácil que se partiese si me cogía una. Pero sus ganas de vender y las mias de tener una tabla que me gustase hicieron el resto. Afortunadamente no me cogió ninguna.
Después de surfear fuimos a su casa a cerrar el trato y a degustar unas deliciosas tortas con verdura, carne y queso llamadas Sopes, que nos preparó su esposa mientras charlábamos sobre olas y lugares. Le conté que no pensaba quedarme allí, que no era mi sitio. Él me preguntó qué era lo que estaba buscando, le contesté que no sabía muy bien qué era lo que buscaba. Tenía claro que quería surfear, estar tranquilo y no pagar mucho dinero, pero que andaba un poco perdido.!! Ese lugar que tú buscas se llama La Ticla !!,me contestó de forma rotunda.Allí vas a encontrar lo que buscas.
Me fui al hotel con mi tabla nueva y pensando en ese lugar tan especial del que Javier no me contó apenas nada, simplemente me dijo al despedirse de mí " te va a gustar La Ticla".
A la mañana siguiente cogí mis cosas y me fui a la parada de autobús a esperar a que José viniera con su viejo microbús y me llevase de vuelta a Armería, donde tendría que tomar un par de autobuses más hasta La Ticla.
El primero de ellos me llevó en apenas una hora hasta la destartalada estación de autobuses de Tecomán, que es el pueblo más grande de la zona y allí fue donde me encontré al personaje que me iba a llevar a La Ticla.
Era el conductor del autobús, un elemento. Nada más hablar conmigo y percatarse de que era español me pregunto que si tenía algún euro para regalarle, le dije que sólo tenía algún billete y enseguida me dijo que me compraba uno ofreciéndome cien pesos (7 euros) por un billete de diez euros. Después de eso le pregunté que si me daba tiempo a fumar un cigarro antes de salir. Cómo no!!, me contestó. Justo cuando enciendo el cigarro me dice
- venga que nos vamos, móntate
- pero... ¿no me ha dicho usted que me daba tiempo?
- ohhh sí, sí, sí, súbete y te lo fumas arriba que no pasa nada
El trayecto fue de lo más entretenido, primero estuvo como una hora sin pasar de treinta mientras contaba la racaudación, después ordenó los tikets en un montoncito despues de sacarlos de su bolsillo hechos una bola y luego llamó por teléfono un par de veces sin ningún tipo de cargo de conciencia y por supuesto, no paró de hacerme preguntas sobre España, que yo contestaba casi con monosílabos para no distraerlo más de lo que ya estaba. Cada cosa que iba a hacer me lo decía como si yo quisiese saberlo. Me decía... voy a llamar por teléfono...., voy a poner música..., voy a parar aquí.., me lo iba diciendo todo, era bastante divertido además de tener una cara de buena gente que no podía con ella. LLegó incluso a pedirme que le hiciese una foto mientras posaba conduciendo.
Cuando terminó de hacer todas sus cosas empezó a correr, supongo que por todo el tiempo que había perdido y me asusté bastante teniendo en cuenta que la carretera es como la de trassierra más o menos pero durante horas.
LLegaba mi parada pero ni yo ni el chofer sabíamos cual era, nos enteramos porque una chica indígena que había oido toda la conversación me dijo "tienes que bajarte aquí, esto es La Ticla. Y sin apenas tiempo de decirle adiós a mi amigo cogí mis cosas y me bajé.
Otra vez estaba en el arcén de la México 2oo junto a un carril hecho de piedras y cemento, y una acequia, que descendían juntos por un pequeño valle hasta perderse en una frondosa arboleda. Aqella imagen me gustó, sobre todo la acequia. Me recordó a Andalucía.....
Antes de irme la chica me dijo que tenía que seguir el camino hacia abajo, hasta la playa, que no me perdería. Le di las gracias y comencé a caminar hacia la arboleda.
El aire olía a tierra mojada y a cocina de leña, y el agua y algunos pájaros exóticos ponían la banda sonora a este increible lugar. Me gustaba lo que estaba viendo y sintiendo. Empecé a encontrarme pequeñas casa aisladas con sus huertas recién regadas y los animales sueltos a su libre albedrío.
Cuando iba bajando por el valle entusiasmado, tras una curva del carril, se abrió la selva y pude ver un río , que lentamente llegaba hasta una laguna de agua cristalina, rodeada de cocoteros y otros árboles frutales, separada del mar por una lengua de arena. Que sitio más guapo!!, pensé.
Seguí andando y empecé a ver algunas cosas más, niños en bicicleta y otros descalzos corriendo detrás, una tienda de comestibles, un coche antiguo,... Un poco más adelante estaba la plaza del pueblo, con sus calles de tierra y una iglesia en construcción, y justo en frente de la iglesia, la escuela.
Empezaron a aparecer surfistas, todos extranjeros y supuse que habría buenas olas aquí. Estaba nervioso por llegar y relajarme un poco. Seguí bajando y llegué hasta la playa, donde me encontré unas cuantas palapas y debajo de ellas algunas tiendas de campaña. Como no tenía tienda me alojé en una habitación con una cama en una enorme palapa un poco mas lujosa, por lo menos hasta que pudiese averiguar algo más económico.

Las palapas son estructuras construidas sobre la arena, hechas con palos atados, y cubiertas con hojas de palmera, y su función, básicamente, es proteger del sol y de la humedad de la noche. Hay varias clases de palapas, desde la más básica, que es la que he explicado, hasta grandes palapas que son casas con sus habitaciones y demás estancias, pero que aquí no hay muchas de esas. Creo que una.
Dentro de la palapa, sobre la arena, montas tu tienda o metes la furgona, si la traes, y de los palos, que están firmemente sujetos a la arena, se cuelgan las hamacas, donde mucha gente prefiere dormir por las noches, o simplemente estar todo el días tumbado en ellas, como últimamente vengo haciendo.

Solté mis cosas en la habitación y me fui a dar una vuelta para observar todo cuanto pudiese. Estuve el resto de la tarde alucinando con el lugar, estaba guapísimo!! Me encontré, por cierto, a unos americanos que conocí unos días antes en Sayulita, entre ellos a Jeremy que era el chico que compro mi tabla y que es bastante enrollao. Más tarde, fuimos todos a cenar y me pusieron un poco al día de cómo funcionaba aquello, es decir, cómo se vivía en La Ticla.
A la mañana siguiente fui a hablar con Amalia que es indígena del lugar y la jefa de la palapa más autentica, y en quince minutos lo tenía todo solucionado. Ella me prestaba una tienda de campaña, que resultó la más grande y más guapa de la playa, y me alquilaba por tres euros al dia un trozo de palapa, que era como mi pequeña parcela. Un rato después tenía mi campamento montado, mi tienda, mi hamaca, y una mesa y dos sillas de plastico que le daba su punto de hogar. Todo estaba perfecto.
Me fui a surfear con mi tabla nueva, a la que me costó adaptarme, y entonces sí que aluciné, estaba en un sitio guapísimo, con gente interesante y surfeando unas olas buenísimas al solecito. En ese instante me acordé de muchas cosas y de muchas personas, con las que quise compartir ese momento.
Había llegado a La Ticla y tenía muchas razones para sonreir.

Besos a tod@s
Os quiere
Manolo.