Atrás quedaron los dos días siguientes a mi "debut" artístico en Mexico, que no tuvieron nada de especial, y la encargada del restaurante, que no paró de buscarme en esos dos días e incluso me hizo llegar su número de teléfono para que la llamase y tomarnos algo.No era su momento.
Obviamente, ante tal insistencia, no volví a aparecer por el restaurante y me dediqué a tocar y a descansar en el patio del hostel, donde había un ambiente bastante agradable y gente con la que conversar.
A las 8:30 horas llegaba en taxi a la estación de autobuses con el tiempo suficiente de sacar mi billete y tomarme un zumo de naranja que resultó insuficiente para más de cinco horas de autobús.Al llegar a Guadalajara, y antes de tomar el siguiente autobús, comí un filete empanado con arroz y verduras en, aproximadamente, ocho o diez minutos para otras cinco o seis agotadoras horas en otro autobús por carreteras de todo tipo.
El paisaje comenzaba a cambiar y con ello mi ánimo.Pasamos de grandes llanuras semidesérticas a grandes llanuras semidesérticas con algunas plantaciones de Agave, que son como Pitas pero un poco más pequeñas y las responsables de todas las borracheras de tequila en el mundo. Atravesábamos la zona tequilera por excelencia de México,Jalisco.
Después de varias horas viendo pitas ( porque yo lo que veía eran pitas ) y tras unas pequeñas montañas boscosas volvía a cambiar el paisaje dando paso a unas fértiles llanuras de maiz y árboles de aguacate. Nos acercábamos al Océano Pacífico y parecía que estuviésemos en otro país.
Empezaba a oscurecer pero aún tuve tiempo de ver cómo volvía a cambiar el paisaje según perdíamos altura para pasar esta vez de fértiles llanuras a una accidentada costa tupida de selva tropical. Mis diez horas de autobús y mi agotamiento no pudieron evitar que a un chaval de campiña andaluza como yo, le emocionase la idea de llegar al Océano Pacífico. No era la primera vez , unos años antes estuve en el Pacífico Sur, en Chile, pero aquello ni era Pacífico ni nada, allí hacía tanto frio que mi disco duro no archivó la experiencia como costa del Pacífico sino como frio antártico por lo menos.
Tras once horas de autobús llegábamos a La Peñita, que era una pequeña población en torno a la carretera que servía como punto de enlace con otros autobuses que hacían trayectos entre pequeñas localidades de la costa. Ya era de noche y estaba realmente agotado, y aún me quedaba una larguísima hora más de trayecto para llegar a Sayulita, que era una localidad costera de la que sabía más bien poco. Solamente que era muy cara pero que había buenas olas para tomar contacto con este océano.
- !!SAYULITA,SAYULITA!! próxima parada, Sayulita. Gritó el conductor del obsoleto autobus mientras me miraba por el espejo retrovisor y me hacía señales con la mano.
- ¿Dónde? pensé.
- SAYULITA!! insistió.
No lograba entender qué quería decir, estábamos en mitad de una carretera en la selva completamente oscura y sin luces que pudieran indicar que habíamos llegado. La gente del autobús, principalmente campesinos y lugareños, empezó a mirarme fijamente y entonces deduje que me tenía que bajar. Cogí mi guitarra y me acerqué al conductor para preguntarle.
Pero.... ¿!!Dónde está Sayulita!!?
- Te tienes que bajar aquí, me dijo
- ¿!!Dónde!!?, insistí mientras paraba el autobús en el arcen de la carretera.
- Perdoneme, le dije con mucha serenidad, pero ¿dónde está Sayulita? por favor.
- No más tienes que caminar.
- ¿cómo........?
Mientras se alejaba el autobús sentí cómo el agotamiento y la fatiga se transformaron ,en apenas dos minutos, en el más básico sentido de supervivencia. Estaba solo en la MEX 200, que es la carretera que bordea la costa durante unos cinco mil kilómetros mas o menos y que todas las guias de viaje advierten de su peligrosidad y de no circular de noche por su alto índice de criminalidad ( eso en coche ).
Ay omaita!! pensé. Agarre mi mochila y la guitarra y me puse a andar como si lo hiciese todos los días, como si fuese un lugareño que viene de vacaciones o algo así. Tenía que engañarme a mi mismo como fuese para no quedarme paralizado ( infeliz ). Pero esto cómo puede ser, pensé.
Unos cien metros más adelante descubrí un cruce de carretera y una pequeña señal con una flecha que indicaba SAYULITA, pero sólo había oscuridad y más carretera. Por un momento pensé en hacer auto-stop después de ver un par de camionetas tipo ranchera, pero cuando vi que sus ocupantes me miraban de forma extraña desistí de mi absurda idea. Paso ligero y no mires atrás Manolo.
Cinco minutos después sentí cómo un vehículo diminuia su marcha hasta parar justo a mi lado. Era un microbús del año setenta más o menos, despintado y con algunos cristales rotos y mientras abría sus puertas oí al conductor que decía.
- ¿A Sayulita?
- Sííííí.....
Aproximadamente un minuto más tarde y después de un par de curvas llegábamos a Sayulita.
Me bajé del autobús un poco desorientado, no sabía dónde ir ni qué dirección tomar. Solamente observaba que había turistas a mi alrededor y eso me tranquilizaba enormemente. Durante un par de minutos me quedé quieto y esperando una señal que me hiciese reaccionar de un modo u otro, pero como la señal no llegaba no dudé en abordar al primero que pasó.
- Perdona, ¿sabes dónde puedo encontrar un lugar barato para dormir esta noche?
- Bueno, tienes un camping a una cuadra(manzana) de aquí en aquella dirección, me contestó mientras señalaba con el dedo hacia el final de una calle.
Gracias tio!!, le contesté, y comencé a caminar. Insisto, estaba realmente cansado e incluso un poco violento fruto de la fatiga, el hambre y la incertidumbre.
LLegué al camping y entré buscando a alguien que pudiera darme algo de información.No había nadie, todo estaba oscuro y sólo algunas tiendas de campaña, y entre ellas una con dos compadres conversando a la luz de un par de velas incrustadas en botellas de cerveza.
- Perdonadme, ¿sabeis si hay alguien aquí que me de información sobre el camping?
- ¿Qué quieres saber?
- Pues si hay algún sitio barato donde pasar la noche.
- Claro wey, lo más barato es que montes tu tienda y duermas aquí.
- Lo que pasa es que no tengo tienda y estoy tan cansado que lo único que quiero es un sitio donde poder descansar.
- Pues aquí todos los lugares son caros menos esto que cobran cincuenta pesos (4 Euros) la noche, pero tienes que tener tu tienda.
Enseguida se dieron cuenta de lo agobiado que estaba y me invitaron a sentarme y beber un poco de cerveza para relajarme un poco. Yo acepté encantado.
Les conté que llevaba doce horas de autobús y que estaba harto de todo.
- Pues relájate wey y espera un momento y hablamos con Benson (el encargado) y te averiguamos algo.
Me senté con ellos en una especie de estera de caña y me dieron una ceveza mientras me preguntaban que de dónde venía. Eran dos chicos mexicanos que estaban haciendo la temporada y vivían en el camping. Siempre les agradeceré su hospitalidad y que supieran entender que venía tan cansado. Varios días despues me confesaron que mi tono de voz resultaba un poco violento pero que lo entendieron perfectamente.
Después de hablar con Benson conseguí que me alquilase una tienda para pasar, por lo menos, la primera noche. Luego ya vería.
Monté la tienda con ayuda de Martín, que así se llamaba uno de ellos y después de charlar un rato me acosté con mi fino saco de dormir sobre el suelo sin poner pega alguna y hasta que el cantar de decenas de pájaros me desperto sobre las ocho de la mañana del día siguiente.
Lo primero que hice al despertarme, y como siempre que duermo en la playa, es ir a ver el mar, las olas, que rompían en una enorme bahía partida en dos por una plataforma de rocas que hacía que se formaran una ola de derecha y otra de izquierda que rompían lentamente mientras unos pocos surferos se peleaban por cogerlas a ambos lados de la bahía.Sonreí de emoción.
Volví corriendo a mi tienda con la intención de coger dinero e ir a buscar una tabla de surf. Quería surfear!!
- Buenos días Manuel, me dijo Martín que se levantaba en ese momento, ¿hay buenas olas?
- Sí tio, las olas están guapas y voy a ver si averiguo una tabla.
Me dijo dónde podía conseguir una tabla de segunda mano y dónde podía desayunar por poco dinero y bien. Estuve dando vueltas todo el día hasta que encontré una tabla de segunda mano barata y que, más o menos, se adaptaba a mis exigencias. No era gran cosa pero me serviría. Esa misma tarde y bajo un calor sofocante, ponía cera a mi tabla y me metía en el agua meses después de la última vez que estuve surfeando.
Esa noche me acosté agotado pero bastante contento, era el cansancio de surfear y aunque no era muy cómodo el suelo del camping, pensé que no pasaría nada si me quedaba otro día más.
Pasaron tres días más en el camping, surfeando todas las mañanas y bebiendo cervecitas por las tardes en una hamaca entre dos palmeras con Martín y Fabián, que era el otro chico que conocí la primera noche.
Sayulita es un pueblo que dista mucho de lo que un día fue. Hoy es un centro turístico colonizado por norteamericanos y canadienses, y aunque no ha perdido su encanto de pueblo pequeño, la masiva afluencia de extranjeros ha hecho de Sayulita un pueblo de vacaciones para ricos, inundado por inmobiliarias y carteles en inglés,excesivamente caro e insostenible para largas temporadas.MIs días en Sayulita estaban contados.
Cuatro días más estuve Allí pagando unos doce euros por dormir en el suelo y sin, ni siquiera, agua caliente en los baños. Al quinto día entró viento del norte, que estropea las olas y decidí que era momento de cambiar de aires.
Allí quedarían unas cuantas buenas sesiones de surfing, alguna que otra risa entre cerveza y cerveza y poco más, ya que no quise hacer vida nocturna, que es, aparte del surfing, lo único que puede ofrecer este sitio.
Vendí mi tabla a un vecino americano del camping llamado Jeremy la noche del cuarto día y a la mañana siguiente recogía mis cosas y me iba en el mismo viejo microbús que días antes me pareció una bendición que llegaba desde el cielo.
Muchos besos a todos y gracias por vuestros comentarios que me dan la vida
Os quiere
Manolo